Un día de sol en Barcelona, paseando por la Fundación Miró observé que las sillas que se encuentran en la terraza son las mismas desde hace 20 años. Probablemente, en alguno de estos últimos años se han visto sometidas a una reparación, y esta habrá costado lo mismo que comprar unas nuevas. Entonces, ¿por qué repararlas? ¿qué es lo que ganamos?
La filosofía de la cooperación con el medio ambiente es uno de los pilares más resignados en la industria actual. El hecho de no generar residuos, o intentar reducirlos al máximo, y ser conscientes del desequilibrio natural al que nos lleva el sobreconsumo nos lleva a reincidir en la importancia de reparar un que se ha visto deteriorado a reemplazarlo.
Si el producto inicial es bueno, ¿por qué no hacer que dure lo máximo posible? El problema es que la sociedad se ha acostumbrado a la espiral de consumo protagonizada por la obsolescencia programada, y parece que la durabilidad de la buena calidad sale menos rentable que el producto de usar y tirar.
Diversas empresas, a gran y a pequeña escala, se preocupan especialmente de esto. Se preocupan de que sus productos sean 100% reciclables, reutilizables y reducibles en un futuro. En Indea64 el aluminio que estructura el esqueleto de las piezas es totalmente respetuoso con el medio ambiente, así como el acero inoxidable. Las telas con las que se tejen las redes de las tumbonas, las sillas, los sofás… también son reciclables y se intentan aprovechar al máximo. Todos estos factores no hacen más que contribuir a que la durabilidad del producto sea categóricamente superior y que su reparación posterior también sea más sencilla.
Debemos hacer un juicio de valor: ¿queremos seguir consumiendo rápido, mal y de forma cíclica o queremos consumir poco, pero de manera responsable y rentable? La pregunta se responde por sí misma.